Humanisme fiscal

Article d’Antoni Durán-Sindreu, membre del comitè directiu d’Units per Avançar i coordinador del pograma econòmic, publicat al diari La Vanguardia.

Humanismo fiscal

Provengo de una generación que desgraciadamente está ya olvidada para muchos. Una generación en la que cualquier duda se solucionaba mediante el trato personal. Una generación en la que la confianza y el respeto eran valores esenciales de la convivencia. Tanto como para que, llegado a un acuerdo, las actas de inspección se firmaban en blanco.

Fruto de esta relación, surgía en ocasiones la posibilidad de invitar a un funcionario a un café, circunstancia que ayudaba mucho a generar confianza. No me estoy refiriendo a “trapicheos” o “chanchullos”. No. Me estoy refiriendo a una actitud proactiva en pro del diálogo y la confianza.

El avance de la tecnología ha distanciado a la Administración del ciudadano

Esta confianza engendrada en el trato personal tuvo por ejemplo su reflejo en nuestro compromiso con la presentación voluntaria de declaraciones tributarias, o en la implantación del sistema de etiquetas fiscales, entonces una verdadera revolución social. Por su parte, la tecnología y la generalización de las obligaciones de información han permitido mejorar muy mucho el control tributario y reducir el fraude fiscal. Esta confianza y relación personal a la que me refiero ha permitido, también, que las empresas asuman un considerable incremento de la presión fiscal indirecta.

Sin embargo, el avance de la tecnología ha distanciado a la Administración del ciudadano, deshumanizando su relación. Parece como si el contribuyente estorbara. La llegada de la covid culminó ese proceso de deshumanización y despersonalización en la relación de la Administración con el contribuyente, poniendo en entredicho los más elementales derechos del ciudadano e incumpliendo una de las obligaciones de la Administración pública: su vocación de servicio público.

Es innegable que las nuevas tecnologías están para facilitar a los ciudadanos el cumplimiento de sus obligaciones. Pero es también innegable que su finalidad no es distanciar al ciudadano de su Administración (tributaria, o no). Todo lo contrario. 

En definitiva, la covid, de la que tendríamos que haber aprendido muchas cosas, entre otras, la importancia de la relación personal y de la convivencia, ha contribuido a culminar ese proceso de despersonalización de la Administración. La “cita previa”, o el teletrabajo, son un ejemplo de lo que pretendo explicar.

En este contexto, no es de extrañar que el obstáculo que hoy tengamos al acudir a la Administración sea ese impersonal y todopoderoso ser llamado ordenador. Él tiene la culpa de todo. “Lo dice el ordenador,” nos dicen. Pero, como diría el entrañable cantautor José Luis Perales, “¿y quién es él?”. Seguramente, y como José Alfredo Jiménez le respondería: “Yo soy el rey”.

Entiendan, pues, mi temor con los avances de la inteligencia artificial, un monstruo que se retroalimenta y que descontrolado es una amenaza para todos. De ahí la importancia de recuperar el trato personal y el diálogo, como única forma de resolución eficiente de conflictos. De humanizarnos.

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