“Vendetta fiscale” i Reforma tributària, grans fortunes i hipocresia fiscal

Articles d’Antoni Durán-Sindreu, membre del comitè directiu d’Units per Avançar i coordinador del programa econòmic publicats al diaris econòmics El Economista i Cinco Dias.

“Vendetta fiscale”

Una pregunta: ¿Es necesario un impuesto sobre las grandes fortunas? En mi opinión, sí, pero no el que nos proponen. Me explico. Como ya he dicho muchas veces, la actual progresividad no está correctamente distribuida entre los ciudadanos, en la media que incide mucho más en las rentas medias que en las altas. Esto no quiere decir que quien más riqueza obtiene no paga más, sino que no lo hace en proporción suficiente con relación a quien tiene una riqueza inferior.

Hay que tener en cuenta que la progresividad no es la que resulta de aplicar los tipos impositivos de los impuestos progresivos, sino la que resulta de ponderar cuánto representa la totalidad de los impuestos que pagamos con relación al total de la riqueza obtenida. De hacerlo así, observaremos como la progresividad se va diluyendo a medida que mayor es la riqueza obtenida. Tengamos además en cuenta que las rentas del trabajo tienen un trato desigual con relación a las rentas del capital procedentes de acciones o participaciones.

Mientras las primeras tributan en el momento de su obtención, las segundas lo hacen en el momento de su materialización, esto es, en función de los dividendos distribuidos. De esta forma los beneficios no distribuidos quedan temporalmente sin tributar.

En este contexto, un Impuesto sobre el Patrimonio (en adelante, IP) viene a compensar esa diferencia de trato fiscal, además de mejorar la progresividad del sistema tributario en su conjunto. Desde esta perspectiva, no hay doble tributación, sino una tributación complementaria e igualatoria. Esto no significa justificar el actual IP, pero sí el de un impuesto que iguale el trato fiscal de ambas rentas y mejore la progresividad.

Sin embargo, este no es el planteamiento del llamado impuesto de solidaridad sobre las grandes fortunas. Y no lo es, porque este no es más que un Impuesto sobre el Patrimonio, versión actualizada.

Fijémonos, si no, que todos los elementos que conforman el tributo (hecho imponible, base imponible, y sujeto pasivo) son los mismos que los del Impuesto sobre el Patrimonio.

Su única diferencia es la de que el nuevo impuesto grava el patrimonio neto superior a 3 millones de euros (en la práctica, 3.7 millones). Pero para más inri, los tipos impositivos son ligeramente inferiores a los que con carácter general contempla el impuesto en su versión “original”. Esto quiere decir que si una Comunidad Autónoma (en adelante, CA) no ha aprobado tipos inferiores, nunca hay que pagar por el nuevo impuesto.

En consecuencia, solo se pagará cuando una CA tenga tributación cero, o cuando esta tenga una escala inferior a la del nuevo impuesto y que coincide, insistimos, con la que con carácter general se aplica en el IP.

Total, que se trata de un plagio de este último con la finalidad de neutralizar las iniciativas de aquellas CCAA que aplican tipos inferiores a los generales del Estado, o que dejan el impuesto sin efecto. No es de extrañar, pues, que se plantee su posible inconstitucionalidad al invadir de hecho competencias de las CCAA.

A esto, la ministra le llama armonizar. Para mí, es un atentado a la autonomía financiera y, si se me permite, una irresponsable inacción política con relación a la incorrecta aplicación de la Ley Orgánica de Financiación Autonómica (en adelante, LOFCA) y que es el verdadero trasfondo del tema.

En efecto. El IP es un tributo de titularidad estatal. Esto quiere decir que solo el Estado puede suprimirlo. En consecuencia, cualquier iniciativa legislativa por parte de una CA que tenga como objetivo “anular” los efectos de dicho impuesto, es contraria a la LOFCA.

En definitiva, una CA no puede eliminar el IP. Y sí, es cierto, Andalucía no lo ha suprimido. Pero no hay ninguna duda de que los efectos prácticos que con la medida adoptada se han conseguido, son los mismos que su supresión. Esto, para mí, es un fraude de ley. Y los fraudes de ley no se solucionan imponiendo un impuesto similar, sino acudiendo a los Tribunales o negociando una reforma de la LOFCA.

Tampoco el nuevo impuesto es armonizador, salvo que como tal se entienda que los tipos impositivos no pueden ser inferiores a los que con carácter general están aprobados. Pero, aun así, la solución no es un impuesto solidario sobre las Grandes Fortunas, sino una reforma de la LOFCA.

Por otra parte, es más que discutible que el umbral de 3 millones de euros sea la línea divisoria entre las “grandes” fortunas y las que no lo son. Es, eso sí, la posible línea divisoria entre lo que es un patrimonio alto, y lo que no lo es. Pero no es, insisto, el umbral que distingue una “gran” fortuna de la que no lo es. Y si lo es, el problema es entonces el de un país más bien pobre que rico. Sea como fuere, creo que estaremos de acuerdo que lo peor de todo es que las “grandes” fortunas tampoco pagaran este nuevo y solidario impuesto, ya que estas se encuentran en muchos casos bajo el manto de los beneficios de empresa familiar y, por ende, de estructuras societarias que les permite acogerse a los mismos.

Total, que de impuesto sobre las grandes fortunas nada de nada. Se trata, sin más, del hermano gemelo del IP, del que, una vez más, quedan fuera del mismo las verdaderas “grandes” fortunas. Impuesto, que nada tiene que ver con mejorar la progresividad del sistema, si no, más bien, con una verdadera “vendetta” política bajo el disfraz de impuesto solidario sobre las grandes fortunas, o, mejor, de las rentas altas.

Antoni Durán-Sindreu

_________________________________________________________________________________________________

Reforma tributària, grans fortunes i hipocresia fiscal

Se ha anunciado a bombo y platillo un impuesto solidario sobre los ricos cuya letra pequeña libera de pagarlo a una gran parte de ellos

 

El problema de las reformas fiscales es la enorme hipocresía con la que la mayoría de nosotros las afrontamos. Repetimos por activa y por pasiva que hay que mejorar la progresividad y la justicia tributaria. Pero después, cuando nos ponemos en privado a hacer números, ponemos el grito en el cielo y estudiamos con detalle el diseño legal e ideal para anular el impacto de la misma.

Por otra parte, aquellos que tanto hablan de que paguen los ricos o de que nuestra presión fiscal es inferior a la media de la UE, son también en gran parte los responsables de una asfixiante inseguridad jurídica de la que, por qué no decirlo, se aprovecha también la Administración, como lo haría yo, propiciando, eso sí, una indeseable conflictividad. En definitiva, nula calidad legislativa y una gran inseguridad jurídica, circunstancias, ambas, que para el gran público se perciben como artimañas de los ricos para aprovecharse de los huecos y lagunas fiscales. Nadie dice, por eso, que el responsable de los mismos es el propio legislador.

Se vende también la idea de que hay que acabar con los privilegios fiscales y que hay que gravar más a los ricos. El gran público, desconocedor en gran parte de los detalles, y preocupado tan solo por su cada vez menor poder adquisitivo, acaba creyéndose la mediática y popular idea de que se van a poner impuestos a los ricos. Conscientes los políticos de ese desconocimiento, se repite una y otra vez aquello de la justicia o escudo social que, claro está, los ricos han de financiar. El argumento es impecable: los beneficiados de la inflación han de pagar la fiesta a los que no pueden participar de la misma y que, por cierto, son la gran mayoría.

Lo cierto es, que todo es verdad y todo es mentira. Pero mucho me temo que la mentira se repite tantas veces que hasta el mentiroso cree estar en posesión de la verdad. Una prueba de ello es el flamante impuesto solidario sobre las grandes fortunas, cuya gran virtud es la de decir que se grava lo que no se grava creyéndose que si se grava. Vaya, lo de la mentira repetida mil veces.

No deja de ser curioso que las grandes fortunas de verdad no solo no se hayan quejado del impuesto, sino que, en algunos casos, incluso se han mostrado hasta solidarios con el mismo. Solidaridad, por cierto, que nada tiene que ver con la de muchas grandes fortunas al otro lado del atlántico.

Y les explico la trampa. El flamante y nuevo impuesto es una auténtica vendetta entre partidos políticos. En efecto, después de la victoria del PP en Andalucía, su presidente anuncia la supresión del Impuesto sobre el Patrimonio (IP) que se interpreta, además, como poner menos impuestos a los ricos. Para contrarrestar esa iniciativa, y en vez de apelar al verdadero fraude –a la Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas (LOFCA)– que tal iniciativa supone y a la necesaria reforma del sistema de financiación autonómica, se va a lo fácil y a lo popular. Aprovechando el contexto, resurge el monstruo dormido y se anuncia un flamante impuesto sobre las grandes fortunas cuya única (y lógica) aspiración es la de neutralizar al adversario político, además, claro está, de anular sus efectos. Para dulcificarlo, se habla de armonización. Expresión, una vez más, que ni es verdad ni es mentira.

Pero, además, el solidario impuesto mantiene las actuales exenciones en el Impuesto sobre el Patrimonio, en particular, las relativas a la empresa familiar; circunstancia que provoca que una parte de las grandes fortunas no hayan de pagar prácticamente nada. Y digo grandes fortunas, porque un gran número de estas se concentran en acciones, participaciones o similares, de sociedades. Se trata, digámoslo claro, de empresas, en muchos casos, cuya consideración como familiares, en términos coloquiales, es más que discutible, como lo es, también, su tratamiento privilegiado a la vista de una recomendación europea dirigida tan solo a las pymes. Y ello, claro está, sin tener en cuenta otro gran número de sociedades que visten el traje de empresa familiar, a pesar de que no sea de su talla. Traje, por cierto, que los políticos conocen muy bien. ¿Hipocresía?

¿Quién pagará, pues, este impuesto? Pues patrimonios procedentes de rentas altas que, si se me permite, no son grandes fortunas. De ahí la hipocresía fiscal a la que antes me refería, ya que el verdadero escudo social es, en este caso, mantener la exención de aquellas empresas que todos identificamos como grandes fortunas.

Pero ahí duele. A unos y a otros. Se trata de una hipocresía fiscal compartida de la que no se habla, porque lo único que importa es anunciar a bombo y platillo un impuesto solidario sobre las grandes fortunas que, una vez aplicada la letra pequeña, libera a una gran parte de las mismas.

Una reforma fiscal exige un sistema fiscal sencillo y transparente, exento de privilegios injustificados y de recovecos encubiertos, que se perciba como justo, y que en su conjunto sea verdaderamente progresivo. De lo contrario, las rentas del trabajo y las pymes continuarán sufriendo un verdadero infierno fiscal.

Y que quede claro. Estoy a favor de un impuesto sobre las grandes fortunas, pero no del que se nos ha propuesto. Un impuesto que permita igualar el hecho de que las rentas del trabajo, las procedentes de actividades económicas y las derivadas del capital inmobiliario, tributen en el momento de su obtención, y algunas de las rentas del capital mobiliario, por ejemplo, las derivadas de acciones y participaciones, tributen en el momento de su materialización. Se trata, pues, de replantear el actual Impuesto sobre el Patrimonio y de gravar de forma eficiente determinados patrimonios, circunstancia que exige salvaguardar la reinversión y la capitalización de los beneficios obtenidos, así como la inversión productiva generadora de riqueza y empleo. Y sin hipocresía, claro.

Antonio Durán-Sindreu Buxadé es Profesor de la Universidad Pompeu Fabra (UPF) y Socio Director DS

Comparteix

Comentaris

Segueix-nos

Sigues part activa del diàleg per construir una Catalunya capdavantera.

Subscriu-te al nostre newsletter

Gracies per la teva subscripció
Hi ha algun problema, torna-ho a intentar més tard

Subscriu-te al nostre newsletter

Gracies per la teva subscripció
Hi ha algun problema, torna-ho a intentar més tard

Units per Avançar és un partit polític humanista, catalanista i democristià format per un equip humà de professionals que aporta solucions reals per a les persones i crea les condicions necessàries perquè, tots plegats, puguem contribuir al rellançament d’una Catalunya capdavantera, una millor Espanya i una Europa més forta, que ens faci sentir orgullosos.

Fes-te simpatitzant